Cuentos presuntamente completos by María Elvira Bermúdez

Cuentos presuntamente completos by María Elvira Bermúdez

autor:María Elvira Bermúdez [Bermúdez, María Elvira]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2013-04-02T16:00:00+00:00


SIN COARTADA

Cielo azul-gris, aroma de lilas, la torre apareciendo en muchos recodos, el río ancho y ajeno, las casas tan idénticas entre sí, el tránsito bullicioso y a la vez ordenado, todo eso y su propio deslumbramiento pusieron a Zozaya dentro de un caleidoscopio de maravilla la primera vez que vio París. La gente —toda la gente— era para él tan sólo una sucesión de momentos difíciles: aquellos en los que tenía que aguzar el oído y dar prisa a su memoria a fin de practicar su francés, no tan precario, después de todo. La segunda vez en cambio, sabía ya que —por ejemplo— no regresaría a los Inválidos y que pasaría otra mañana entera en el Museo de los Impresionistas o una tarde apacible en un rincón de la Plaza de los Vosgos mirando pasar a la gente, oyéndola, observándola. Porque para él, en todos sus viajes, los seres humanos ofrecían más interés que todas las ruinas, todos los monumentos y todas las exposiciones de antiguo y nuevo arte.

Hacía ya muchos años que Armando H. Zozaya había abandonado el periodismo activo y que, esporádicamente, había viajado. Sabía apreciar, por supuesto, todo lo importante que en el terreno de la cultura cada país podía brindarle, pero su mayor satisfacción consistía en hacer amigos —y amigas— en latitudes diversa. Nunca iba en grupo, y únicamente cuando no le quedaba otro remedio trataba a los compatriotas que el azar le ponía enfrente. Como esa noche en el Moulin Rouge.

Un matrimonio de Nuevo León, con una hija soltera que había dejado atrás los primaverales quince hacía por lo menos otros tantos años, habían reconocido en Armando otro mexicano y se habían sentado tranquilamente a su mesa. Se mostraban un tanto escandalizados ante la desnudez de las coristas y el experiodista no los secundaba de sus comentarios aunque tampoco los contradecía, ya que ni el espectáculo en sí ni los paisanos ricos y ultramontanos le interesaban verdaderamente. Había visto y gozado tanto en su ya no tan corta vida. Él miraba cuanto podía a su alrededor, jugando a descubrir franceses en medio de los turistas que, por no ser temporada de los grandes grupos, no eran entonces muy numerosos.

Fijó su atención en una pareja que ocupaba una mesa contigua. Eran parisienses, al parecer; franceses, sin duda alguna. Dado que entre ellos no se establecía una atmósfera de cortés indiferencia ni de altercado abierto, no formaban seguramente un matrimonio, pero tampoco se diría de ellos que eran amantes o prometidos, porque aunque hablaban entre sí, se veían muy distanciados la una del otro. Casi cada gesto y cada frase de la mujer provocaban extrañeza en el hombre; ella, a su turno, se sorprendía con frecuencia de lo que él decía. Ni siquiera se dieron cuenta de la fiscalización de que el mexicano los hacía objeto. La doble vista de Armando fue percibiendo poco a poco los sentimientos recíprocos de aquella pareja, pero no logró clarificar el lazo que los unía: ella tenía miedo; un miedo



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